El Atalayo
Eso de colgar los guantes en el box no es enchílame otra, es una decisión dura, pero nada más se sienten las manos lentas y las piernas flojas, no queda otro remedio que irse a la casa.
A don Baldo Olvera le tocó además vivir un lamentable cambio de apodo, pasó de ser "La Fiera de la Frontera! a convertirse en El Glaseadito, por lo que compró un buen tinte para el cabello. Ahora sólo recuerda los privilegios de haber sido campeón del mundo, como cuando El Loco Valdés fue a una de sus peleas. Baldo, al verlo de reojo, supo de quién se trataba, y se empezó a lucir: un jab, un volado de derecha, el uno dos, la maquinita de golpes; ponerle la cara al adversario al estilo Ray Leonard fue parte del menú hasta que noqueó en el séptimo round al portorriqueño.
Ya, micrófono en mano, el campeón dedicó la pelea a El Loco, quien subió al ring emocionado. No era para menos, desde que el comediante supo que Baldo era de Ciudad Juárez, sintió el llamado de cofradía que todo mundo reserva, o por los vínculos de la sangre o los llamados del terruño.
Por eso, el actor correspondió la amistad invitándolo a una función de El Tenorio Cómico. La Fiera estaba acostumbrado a la farándula, ya que después de cada defensa asistía a la televisión, acinturaba a las conductoras para la foto, sacaba citas para salir con edecanes e, incluso, para cantar. El Tenorio, sin embargo, le significó otra cosa, descubrir el verso o, más bien, asociar que esas palabras juguetonas que aprendió en el barrio eran verso, más aún poesía:
Podíamos, y las llamas prendían ya en nuestras camas
nos íbamos a asfixiar,
cuando don Juan, que os adora, y que rondaba el convento,
al ver crecer con el viento la llama devastadora,
con inaudito valor,
viendo que ibais a abrasaros, se metió para salvaros,
por donde pudo mejor.
Recordó los versos de su infancia aprendidos en la populosa colonia “chaveña” en Ciudad Juárez. Supo entonces que tenía la habilidad para rimar y que las rimas eran como un bending: roce puro, flexibilidad y fuerza, paciencia y determinación.
De regreso a Juárez, buscó un taller literario. Primero hubo expectación mezclada con burla, no faltó quien le ofreciera desde su oralidad escribir a cuatro manos su biografía, pero a La Fiera no le interesaba eso. Conforme se asentó como asiduo al taller, dejó de ser noticia.
Escribía.
Las palabras lo distanciaban de él mismo y lo acercaban al cuerpo de las mujeres; estaba a años luz de conocer la idea de la corporeidad de la escritura de Barthes. Eso valía madre, vivía su realidad. Aprendió los tipos de rima y encabalgamiento, nunca pudo entender a Góngora, pero con ojo clínico empezó a identificar la métrica.
Es que ser campeón del mundo, con dos defensas al año, da mucho tiempo libre. Terminó por tener un proyecto doble: su libro de poemas y una marca propia de guantes de box que llevaría el mismo nombre.
Siguió boxeando sin descuidar a ninguno de los dos amores. A los 39 años aceptó una pelea por unificación del título. El Filipino era un relámpago; para el quinto round, Baldo tenía una herida en la boca de ocho centímetros y la pelea arrastró su prestigio en cada asalto. Pero, a pesar de lo terrible del adiós, sabía que la pasión por las palabras le esperaba de lleno.
Una vez colgados los guantes se supo apto para presentar su libro y guantes de box; el primer problema lo puso su abogado
—Golpes en el corazón es el nombre de una canción de Los Tigres del Norte y está registrado.
Baldo sintió un hueco en el estómago. Nunca imaginó que las palabras podían registrarse. Su mortificación en cada pelea no era si estaba listo o no, no era ni la velocidad ni la estrategia ni la fuerza: era la báscula y descubrió que las sílabas también tenían una pesa, que alguien las medía y a partir de esto daba la autorización de subir o no al ring de la poesía.
Su maestro del taller literario le dio un alivio.
—Hablamos con Elmer Mendoza, un escritor de Sinaloa, amigo de Los Tigres. Él te consigue el permiso. Viene acá seguido, le da taller a unos alucinados que se hacen llamar "Colectivo Zurdo Mendieta"
Por lo pronto, le prestó Un asesino solitario en lo que hacían contacto con el afamado escritor. Se maravilló con el lenguaje de Macías, un policía que habla como la raza.
“¿Sabes qué, carnal? Durante el año tres meses y diecisiete días que llevamos camellando juntos te he estado wachando wachan- do y siento que eres un bato acá, buena onda, de los míos, no sé cómo explicarte, es como una vibra carnal, una vibra chila que me dice que no eres chivato y que puedo confiar en ti, a poco no”.
Con El amante de Janis Joplin le gustó esa idea de que el personaje principal, al aventar una piedra, descubriera su habilidad para el beisbol. Justo a él le pasó lo mismo, supo que era bueno para el box cuando en la central de abastos se dio cuenta que apunta de nudillos podía marcar los costales de papa, incluso hasta reventarlos. En esa época se volvió su afición favorita con la mercancía podrida.
Poco antes del retiro llegó el divorcio; un boxeador, en esas condiciones, no consigue mujeres guapas a no ser por el pago. Él quería enamorar a alguien y así lo hizo con una dependiente de una tienda de perfumes de 22 años y una figura de lujo, quien pronto lo fue a buscar y reclamarle responsabilidades, ya que había quedado embarazada.
"La Fiera" puso dos condiciones para darle nombre y pensión. Primero, que los periódicos de la frontera no se enterarán y, segundo, que el niño se llamara Sidronio, como el regordete personaje de la novela de Mendoza.
Luego de un gira por Bogotá, el maestro del taller pudo hablar con Elmer, quien se portó generoso y el proyecto llegó a más. El mismísimo Tigre Mayor, Jorge Hernández, fue a la inauguración de la empresa.
Al mes, hasta el presidente de la República, a quien le había ayudado en la campaña, llegó para tomarse la foto y habló de la función del box y la poesía en la "reconstrucción del tejido social". Para ese entonces nadie le decía a Baldo La Fiera de la Frontera, y se referían a él como El Glaseadito. Las cosas marchaban a partir un piñón. Aunque nadie dio importancia a su libro, se sentía maravillado con las palabras. La emoción de descubrir los palíndromas la asoció a cuando aprendió a brincar la cuerda al revés. En el otro mundo, los promotores de boxeo deben estar en el séptimo cono del infierno de Dante. Resulta que El Filipino se quedó sin contendientes en su categoría y les dio por revivir la rivalidad. El Glaseadito no se sentía tentado por regresar hasta que vio la cantidad del cheque. Sería una sola pelea y a disfrutar de las ganancias.
Vinieron los entrenamientos y las estrictas dietas. No le interesaba la victoria, con aguantar cuatro o cinco rounds era suficiente. Cuando sintiera la pegada fuerte, se desplomaría y, a la cuenta de siete, con la mirada perdida daría un par de pasos de borracho para que no lo dejaran continuar.
A pesar de tantos años, olvidó la lección esencial de que no hay previsión que sirva en el ring. Para el tercer asalto, El Glaseadito quiso entrar con jab corto de derecha, que resultó un telegrama por lo anunciado. El Filipino se recargó entonces sobre su pierna derecha para girar la cintura y con toda su fuerza impactar el puño derecho sobre la sien de Baldo. Cayó en vacío y desmadejado. El referí ni siquiera consideró darle la cuenta del knocaut. Se trataba de un golpe tan contundente que el médico corrió desesperado a revisarlo.
Transcurrieron tres horas de angustia en el hospital. Los daños cerebrales fueron irreversibles y progresivos. Al principio, problemas del habla; luego, una mañana se dijo que su don para escribir era divino, que tenía la obligación de propagar la palabra del Señor y trabaja en la traducción de la Biblia al lenguaje de los cholos; también empieza a ver que el pequeño Sidronio tiene el don de la curación con las manos. Asegura que sólo 1 44 mil justos se salvarán el día del juicio final. Trabaja día y noche en ser uno de ellos.
Ahora le dicen El Atalayo.
Del libro de cuentos: "Vete de mí" (2023).
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